Horas más tarde, me encontraba diciéndome a mí mismo una vez más "tienes que descansar". "...descansa, descansa". Encontré sobre la mesa las cartas tiradas que mi hermano había usado para poder armar un castillo. "Lo intentaré", me dije. Pieza por pieza, carta por carta, me concentraba sólo en eso. Quería olvidarme de todo lo demás. Aunque nunca pude armar el castillo de 8 pisos, sé que lo intenté y lo volví a intentar. Luego se me ocurrió algo.
Mi vida es como esa gran castillo de cartas que estuve construyendo. Muchas veces trato de llegar a la cima pero el desequilibrio hace que me caiga. A veces siento que estoy a punto de lograr la perfección, iluso yo. Pero claro, el cielo no se alcanza en un día. Me caigo, pero mientras más intento llegar a las nubes más cerca me ubico. Luego, el cansancio se apodera de mi y abandono por un momento mi objetivo. Le retomo. Me doy cuenta de que cada vez que ese castillo se destruye hay algo que queda en pie: la base. Y sí, es verdad. Quiero reforzar más las bases que me sostienen y avanzar. A veces soy un obsesionado con los logros, tengo que aprender a controlarme. A veces no sé perder, aunque yo diga que sí.
El castillo de cartas... esa es mi gran confesión.